El miedo infundado a la nueva tecnología viene de lejos

20 marzo, 2014 at 08:15

Y así nos lo hace saber la siguiente imagen extraída del libro “Bad for You: Exposing the War on Fun!” y que recuperamos de una entrada publicada a principios de año en la página web de Microsiervos.

Fear of the new. A techno-panic timeline

La novedad asusta, pero la novedad tecnológica asusta aún más. No hay nada más que ver las siguientes teorías sobre cada uno de los avances tecnológicos de cada época. Según se inventaba algo siempre había alguien que intentaba tirarlo por tierra infundando un miedo, desconocido, sobre la evolución tecnológica de hombres y mujeres.

En el año 360 A.C. a Platón ya le preocupaba que los jóvenes estudiantes confiasen en la escritura ya que les debilitaría su capacidad para recordar, lo que no sabía Platón era que gracias a esos escritos, hoy día, se recuerda su discurso.

En 1494, Johannes Trithemius (escriba), clama contra la invención de la imprenta haciendo alusión a que la palabra escrita sobre pergamino durará mil años y preguntándose cuánto durará la palabra escrita sobre papel.

En el año 1545, Conrad Gesner (científico e inventor del lapicero) se empezó a preocupar por la sobrecarga informativa diciendo que tantos libros nos harán confusos y serán perjudiciales para el cerebro.

En 1775 Chrétien Guillaume de Malesherbes (estadista francés) dijo que el periódico estaba reemplazando los sermones de la iglesia con principal fuente de información. Por otro lado ve la impresión de periódicos como posibilidad de llegar a más gente dispersa, pero que hará que esta solo lea en silencio.

En la década de 1830, Dionisio Lardner (conferencista científico) predijo que la máquina de vapor causaría asfixia a los viajeros del tren si la velocidad no fuese superior a 20 millas por hora en los túneles.

En el año 1839, Paul Delaroche (pintor) al ver un daguerrotipo exclamó que la pintura había muerto.

En 1854, Henry David Thoreau (autor, poeta y filósofo) sugirió que la invención del telégrafo no significaba que la gente tuviese algo importante que decir de manera más rápida. Henry David Thoreau prefería las cartas escritas a mano (su familia tenía una fábrica de lápices).

En el año 1881, George M. Beard (neurólogo) acusó que tanto periódicos como el telégrafo causaban trastornos servicios mediante la exposición de las personas a las personas de las personas de todas las partes.

En 1896, con la invención del cine los trenes vuelven a ser el centro del miedo de nuevo. Un testigo describe «gritos de terror de los espectadores más nerviosos» en el teatro de la película, cuando la «llegada de un tren en una estación» aparece en la pantalla. Algunos miembros de la audiencia según informes, saltan de sus asientos cuando un tren, tranvía o coche parece estar sobre ellos.

En la década de 1900 se empezó a decir que los teléfonos dejarían a las personas sordas y la corriente eléctrica que los alimentaba podría causar la muerte.

En 1906, John Philip Sousa (líder de una banda de música) predijo que el fonógrafo arruinaría el oído de la gente y que haría que la gente quisiera aprender a tocar instrumentos por tener dicho aparato en casa.

En la década de 1920, y ya con la radio como instrumento popular, un crítico declaró que la radio haría que los estadounidenses no ejercitarán el acto de pensar, además previó la muerte de la conversación al ser reemplazada por «el ruido y la explosión de la increíblemente espantosa música de jazz'».

En la década de 1950 la televisión ser convierte en el nuevo instrumento para el entretenimiento en el hogar. Sus opositores dijeron que la televisión haría daño a la radio, la conversación, la lectura y los patrones de la familia.

En 1976, Joseph Weizenbaum (informático) dijo que los ordenadores traerían a la obsesión por la programación convirtiéndose los programadores en cabezas tecnológicas desaliñadas.

Ya, en el año 2010, Nicholas Carr (crítico social) comparó «los efectos cognitivos de la Internet con los de una tecnología de información anterior, el libro impreso». Dijo que Internet dispersaba nuestra atención, mientras que una página de un libro promovía el contemplativismo.