La Archivística a lo largo de la historia

7 octubre, 2021 at 08:08

La historia de la Archivística se caracteriza por la limitada cantidad de monografías que la tratan. Así como los archivos y los documentos sí tienen una existencia clara y de larga duración, la ciencia que los estudia es bastante reciente y su perfil ha sido peor definido a lo largo del tiempo.

El punto de arranque de la Archivística es la enunciación del principio de procedencia de Natalis de Wailly

Los documentos tienen unos inicios que se trasladan a los orígenes de la escritura y respecto a la Archivística, los diferentes autores que han tratado esta cuestión señalan el siglo XIX como el periodo en el que ve la luz. La enunciación del principio de procedencia por parte de Natalis de Wailly, en 1841, es el punto de arranque de la Archivística.

La organización de los archivos ha pasado por acontecimientos históricos, los cuales se pueden agrupar en dos periodos: el periodo prearchivístico, durante el cual el tratamiento de los fondos documentales se ha caracterizado por la indefinición y por la sumisión a los principios de otras disciplinas. En este periodo se diferencian tres etapas: la época de los archivos de palacio, que se corresponde con la Antigüedad; la época de los cartularios, que pertenece a la Edad Media; y la época de los archivos como arsenal de la autoridad, el cual se extiende a lo largo del Antiguo Régimen (desde el siglo XVI hasta comienzos del siglo XIX). El segundo periodo es el de desarrollo archivístico, en el cual, tanto la teoría como la gestión de los fondos de archivo han logrado la suficiente autonomía como para hablar de Archivística. Este periodo va desde el siglo XIX hasta la actualidad.

Periodo prearchivístico

1. La Antigüedad

La historia de los archivos está estrechamente ligada a la historia de la escritura y más concretamente a la difusión de esta. Durante miles de años, la escritura fue característica de una élite que hizo de ese conocimiento una ventaja asociada al poder, y por ende, durante toda la Antigüedad, la figura del archivero también fue una suerte. La figura del archivero tuvo su deidad y fue adorada por diversos pueblos: babilonios, caldeos, cartagineses, fenicios, filisteos y sidonios. De la estirpe de Baal, de Baal Zebul, Señor de la Tierra y Jinete de las Nubes, el dios en cuestión era conocido como Baalberit y recibía el sobrenombre de El Archivero, descrito como deidad célebre por su extraordinaria memoria.

Tanto en la civilización griega como en la romana, el archivo tuvo una importancia destacada. El archivo surge como una institución con entidad propia y es identificado con toda claridad: el archeion griego, de cuya latinización, archivum, procede el término «archivo». Los archivos cobran una doble utilidad administrativa y jurídica, las administraciones los conservan como fuente de información para su gobierno y el Derecho (especialmente el romano) establece el valor probatorio del documento escrito. En ambas civilizaciones se contempla el principio de autenticidad documental y su consiguiente valor legal. Un nuevo concepto, que acompañará en adelante al archivo, es su carácter público. Y desde el punto de vista conceptual, a ambas civilizaciones, les unía que el archivo debía definirse como lugar sagrado y los papeles, tanto público como privados, obtenían custodia y seguridad.

2. La Edad Media

La caída del Imperio romano supuso la decadencia del documento escrito. Respecto a la situación de los archivos en la Alta Edad Media, cabe destacar que el aspecto más importante fue la consolidación entre el mundo bibliotecario y el archivístico, consagrado por la regla benedictina, que a comienzos del siglo VI incluía a ambos trabajos entre las actividades del monacato. La cancillería pontificia (la única institución que conservaba la tradición administrativa romana) revelaba unos usos archivísticos ya decaídos en el continente.

Si la situación archivística altomedieval, respecto de los usos de la Antigüedad, se encontraba en un estancamiento orientado al retroceso, el siglo XII representó un hito en la evolución de los archivos. La recuperación del Derecho romano y del procedimiento administrativo inherente fueron la base sobre la que se articuló la organización archivística. Los documentos públicos experimentaron una evolución; a partir de este siglo se empezaron a distinguir las series documentales, según su naturaleza o su interés; el sistema de agrupación documental a base de cartularios se mantuvo a lo largo de la Edad Media, donde los documentos de gran valor eran conservados; la noción de archivos público estaba ausente en Europa y esta noción fue sustituida por la de autenticidad. A medida que se acercaban a los últimos siglos medievales, la creciente complejidad administrativa, el desarrollo urbano y el crecimiento de las actividades económicas y sociales fueron dibujando un panorama archivístico más rico.

3. El Antiguo Régimen

A lo largo del Antiguo Régimen (abarca desde el siglo XVI hasta la Revolución francesa y en el caso de otros muchos países hasta las primeras décadas del siglo XIX) surgió, se desarrolló y desapareció un nuevo concepto: el de los archivos del Estado, que en el periodo siguiente fue sustituido por el de los archivos nacionales. Los documentos, además de constituir una fuente de poder, empezaron a cobrar, de forma paulatina, una utilidad para la historia que se vio consagrada con la desaparición de las instituciones del Antiguo Régimen y con la consiguiente apertura de sus fondos a la investigación.

España fue pionera en la organización de los archivos de Estado a comienzos del siglo XVI, creando un modelo que se extendió a otros países a lo largo de ese siglo y del siguiente. El proceso se inició en 1489 cuando los Reyes Católicos ordenaron la concentración de sus archivos en la Chancillería de Valladolid. Ya en 1545, Carlos V ordenó transferir los fondos documentales del reino castellano al castillo de Simancas, donde Felipe II finalizaría la concentración definitiva de los archivos procedentes de todos los consejos, audiencias, chancillerías y tesorería del Estado. Este proceso se consagró en 1588 con la aprobación del Reglamento para el Gobierno del Archivo de Simancas. El 24 de agosto de ese año, Felipe II dictó las ordenanzas de Simancas, primer reglamento de la archivística moderna. A partir de esta acta, el modelo español se expandió a otros territorios europeos.

A lo largo del siglo XVII se mejoraron los métodos de concentración archivística en grandes depósitos, al tiempo que se iban organizando los archivos administrativos, pero fue en 1720 cuando tuvo lugar una nueva ola de concentración y reagrupamiento. El zar Pedro el Grande de Rusia instituyó dos archivos centrales para todo su territorio, con una importante novedad: estableció la periodicidad de las transferencias.

La tercera ola de concentración, a caballo ya con la Edad Contemporánea, estuvo representada por el proyecto napoleónico, el cual supuso la concepción de los archivos como fuente de poder. Y debido a ello, los archiveros continuaban siendo personalidades y altos oficiales antes que especialistas. Desde el siglo XV y a lo largo de toda la Edad Moderna cambió también la valoración del documento como fuente de conocimiento, pasaron a ser interesantes los documentos originales y los archivos para revisar los presupuestos de la historia.

Desde finales del siglo XVI y a lo largo del XVII y del XVIII, surgieron una serie de tratadistas que hicieron del documento y del archivo su centro de atención y se desarrolló la literatura paleográfica y diplomatista. Es una época en la que se vivió un embrollo judicial que sacudió a toda Europa y que en Alemania fue bautizada como Bella diplomatica (la guerra de los diplomas), el cual se caracterizó por la dimensión que alcanzó el archivo, entendido como arsenal de armas jurídicas al servicio de quien lo ostentaba.

En el siglo XVIII algunos de los nuevos archiveros adoptaron como método la clasificación sistemática o de materias, con lo cual los archivos se desnaturalizaron y sufrieron clasificaciones. Este sistema fue observado con pequeñas variaciones durante unas décadas hasta que a mediados del siglo XIX se enunció el principio de procedencia. El Siglo de las Luces trajo consigo otros principios de gran importancia para la formación de una doctrina archivística, nació el concepto de expurgo y el principio de transferencia periódica de fondos de oficina a los archivos, con el fin de asegurar la correcta custodia y disponibilidad de los documentos ya tramitados.

La caída del Antiguo Régimen, como resultado de la Revolución francesa y de la oleada de procesos revolucionarios del siglo XIX, significó la aparición de una nueva categoría de fondos: los archivos históricos. A partir de entonces y a lo largo de casi toda la primera mitad del siglo XIX, se desarrolló un periodo de transición hacia el principio de la plenitud archivística y con una situación nueva que marcaría la profesión archivera: la división entre archivos históricos y archivos administrativos, entre fondos para la historia y la cultura, y fondos para la gestión.

Periodo de desarrollo archivístico

Hacía falta concentrar los fondos documentales de las instituciones desaparecidas o distribuirlos en archivos cuyo objetivo futuro fuera el del servicio para la investigación y la cultura. La solución llegó con la creación de los Archives Nationales de Francia, idea que fue copiada en otros países europeos. Se crearon grandes depósitos documentales en los que se concentraban los fondos procedentes de las instituciones centrales del Estado y un sistema de archivos de menor entidad que recogía los fondos de instituciones regionales o provinciales.

La división entre archivos administrativos e históricos se produjo a lo largo de un periodo prolongado en el tiempo. La figura del archivero pasó a ocuparse de unos fondos de valor histórico y puestos al servicio de la investigación, las exigencias eran las de investigador.

El principio de procedencia es admitido como la base de la Archivística teórica y práctica. Dicho principio se extendió por diversos países europeos y en Prusia quedó completado, donde Heinrich von Seybel, director de los Archivos del Estado, enunció un nuevo principio: el registraturprinzip, el cual disponía que los documentos de cada fondo debían mantenerse en el orden que les hubiera dado la oficina de origen, en lugar de hacerlo por asuntos o por materias. Así nació el principio de respeto al orden original de los documentos. Estos dos principios han representado el fundamento sobre el que se ha cimentado el desarrollo de la teoría archivística moderna, sirviendo de base para la clasificación de fondos.

La primera mitad del siglo XX se caracterizó por el nacimiento de la historia científica con la École des Annales, la cual impulsó el uso de los archivos por parte de los historiadores. Los nuevos procesos de producción y reproducción de documentos, el ritmo de las sociedades industriales, entre otros aspectos, planteó un problema: la cantidad de masas documentales cuya conservación resultaba imposible. Y sobre todo, un gran dilema, esa fuente de información era necesaria para las administraciones, las cuales no necesitaban historiadores, sino técnicos capaces de gestionar toda esa documentación.

Los archiveros se profesionalizaron en un pasado relativamente reciente. El primer síntoma de profesionalidad fue el fenómeno de asociacionismo, que apareció por primera vez en Europa con la creación de la Asociación de Archiveros de Holanda en 1891. La Segunda Guerra Mundial marcó un punto de inflexión para el despegue de la Archivística, llevó a reconocer el interés que tienen los documentos contemporáneos para la investigación. Para informar a los ciudadanos y posibilitar el control público, los Estados democráticos se vieron impulsados a abrir sus archivos no solo a la historia, sino a la ciudadanía y a sus representantes.

El mundo archivístico trascendió a lo global con la creación de organismos internacionales específicos, así como principios y técnicas normalizadas. En 1946 se concibió la idea de una organización internacional de los archivos, impulsada por los profesionales estadounidenses. Dos años después, bajo los auspicios de la UNESCO, se fundó un Consejo Internacional de Archivos provisional hasta su definitiva constitución en  1950, fecha en la que se celebró el I Congreso Internacional de Archivos en París. En 1992 se presentó el proyecto ISAD (G): Norma Internacional General de Descripción Archivística, cuya primera versión se aprobó en 1993. En 1995 se aprobó la Norma ISAAR (CPF): Norma Internacional sobre los Encabezamientos Autorizados Archivísticos, a este le siguieron otras normas, como la ISDF: Norma Internacional para la Descripción de Funciones, en 2007 o la ISDIAH: Norma Internacional para la Descripción de Instituciones que custodian Fondos de Archivo, en 2008.

A día de hoy

En las últimas décadas, las tecnologías de la información han impulsado la profesión archivera con gran fuerza y sin precedentes en su historia. La normalización en los archivos se ha convertido en una seña de identidad. Y por otra parte, la función del archivero es una profesión muy demandada y ha alcanzado un grado de profesionalización sin precedentes. Las características y los requisitos de los documentos electrónicos también han permitido elaborar nuevos principios doctrinales.

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